Blogia
das Mystische 2.1

CÓDIGOS Y CADENAS

CÓDIGOS Y CADENAS

La misma oscuridad en la mirada, el mismo obligado cumplimiento. ¡Acierta el acertijo si juegas con la mente en blanco! Cada palabra es una acción, encadenada, que merece descripción o una respuesta. ¿Qué es el alma?, preguntan a Boris Cyrulnik, neurólogo, psiquiatra: somos materia y representaciones no materiales, responde, somos carne y alma. Cuando se ve el comportamiento de un ser viviente, hubiera contestado Wittgenstein, se ve su alma. E incluso: Si Dios mismo hubiera echado una mirada a nuestras almas, no hubiera podido ver en ellas de quién hablábamos. ¿Acaso cojea la ciencia, también, de la pata metafísica? No, no es eso, es sólo una forma de hablar, en un contexto; cierta expresión, más o menos acertada, de un concepto; quizás más plástica. Y, además, en esto consiste nuestro juego. De la mano de Cyrulnik me acerco al concepto elemental de resiliciencia: una analogía. En ingeniería, la resiliencia es una magnitud que cuantifica la cantidad de energía que absorbe un material al romperse bajo la acción de un impacto, por unidad de superficie de rotura. Y la cuantificación de esta magnitud se determina mediante ensayo por el método Izod o el llamado péndulo de Charpy, resultando un valor indicativo de la fragilidad o la resistencia a los choques del material ensayado. En psicología, el término resiliencia se refiere a la capacidad de los sujetos para sobreponerse a tragedias o períodos de dolor emocional. Según esto, cuando un sujeto o grupo humano es capaz de hacerlo, se dice que tiene resiliencia adecuada, y puede sobreponerse a contratiempos o, incluso, resultar fortalecido por los mismos. Cuando un cuerpo misterioso debe recurrir con urgencia a los servicios del péndulo de Charpy es que se ha producido, en su materia, un importante accidente, y que alguien debe evaluar el cambio de posición resultante. Ahí recupero, entonces, el concepto de alma (que quizás no pueda ser tratada por la ciencia de la ingeniería y apenas rozada por la psicología). Y, ya de vuelta, contemplo con asombro los seres y las cosas que me observan, la dura persistencia del lecho del río, las obras y los hechos que me rechazan o aceptan. Es decir: ejemplos, juegos y reglas; trasfondo natural y adiestramiento. Aunque ¿cómo no saberse mosca encerrada en el templo o en el frasco sagrado? ¿Cómo olvidar las condiciones insólitas de nuestro propio ejemplo? Apología inútil e inconsciente del consumo de drogas; identidad narrativa y cegadora del flash-back obsesivo y violento.

A veces, escribimos aquello que, inquietante, apenas nos parece necesario; pero no hay engaño en ello. Lo que no tenemos dentro, el alma, bajo la piel externa, forma parte, inseparable, de las extrañas historias que se cuentan. ¿Acaso cojea la literatura, también, de la pata metafísica? Porque a los ángeles, y a los demonios, a los antiguos Dáimones, les otorgamos, en su día, la posibilidad de acompañarnos en todo, de significarlo todo, de apoderarse de todo: el poder, lo divino, lo deiforme; un dios, un espíritu, un genio; logoi spermatikoi, el que reparte… Y en la división dúplice, en el estado patológico de la experiencia, aún se perciben los fantasmas. “Yo estaba aparte y me veía a mí mismo comportarme como un perfecto idiota”, escribió Rudyard Kipling. Rudyard Kipling y la verosimilitud de la literatura.

¿Y cómo significa el ente, el ser, la metafísica, a la sombra del péndulo de Charpy, en la hora de los ángeles ausentes? Un código secreto, como un mapa, para el descubrimiento secreto de un mundo. Aunque así se acepte la contradicción más profunda; aunque el sentido se arrastre (Hölderlin ya se equivoca de fecha: no sabe si es verano o es invierno) por campos de ceniza y de miseria. Ya sabes: acepta la jugada del destino, acaricia la tierra con gusto, inunda tus pulmones de aire fresco. Es la letra, estoica, de Lucio Anneo Séneca, interpretada con diferente música, que también nos dice que es feliz el que está contento con las circunstancias presentes (¿la ética defensiva de Wittgenstein?), sean éstas las que quieran, y aquel que es amigo de lo que tiene, aquel para quien la razón es lo que da valor a todas las cosas de la vida. ¡La vida, el mundo, esta bendita vida! Una broma engañosa y perversa. El hombre y el lenguaje y estas reglas y el juego que se juega al descubierto. El código se muestra en las acciones, activo, y el nudo se deshace entre tinieblas. ¿Quién guardará la llama que ilumine a las generaciones futuras? ¿Quién guardará los hábitos? ¿Quién protegerá el secreto, atento, de aquellos que sospechan otra vida?

El límite describe una salida: define al revés que en un principio. Hay algo que debemos hacer nuestro, que es ahora nuestro, y que debe alterar nuestros sentidos. La misma oscuridad en la mirada, el mismo obligado cumplimiento. ¡Acierta el acertijo si juegas con la mente en blanco! El cuerpo se ha parado ante una puerta; la mente continúa trabajando.

(“Límites de mi mundo /imponen la vigilia /para aprender de nuevo el luminoso /lenguaje de este oficio: / reconstruir la vida más remota /disuelta en el momento /angustioso de abrirse la conciencia /desnuda ante sí misma, en el suplicio /de aprehender un espacio que es tiempo sin aristas /que obstruyan el fluir de los conjuros, /las fuerzas de la magia, acumuladas /por todos los adeptos, en el cosmos; /alada dimensión de los procesos, /transmutación divina, peligrosa, /desprovista de nombre, /llamada con epítetos para guardar al menos /la ilusión de tenerla.

Uno tras otro pruebo /rostros para la próxima contienda. /Ninguno me da paz. Todos me sumen /en el terror del ser siempre vivido, /sepultado en el Verbo, /en su flexión sonora, en la escritura. /Jeroglíficos que un día conquistaron /el reino de los hombres /y domaron su furia por el miedo /a perder la piedad con la Palabra, / fetiche en cada era, único dios posible /que vela por nosotros, /nos salva en su silencio cuando un ciclo concluye /y despierta al eón hermafrodita /abrazado al dragón, y absorbe eras /creadas por nosotros.

Y sufrimos /sin comprender por qué se han esfumado, /o intentamos su réplica, que nunca será exacta, /o los brazos del sueño los construyen, /singulares y ajenos, a nuestra sola imagen. /Ellos nos determinan al fraguarnos /a su exacta medida, con su herencia /prisionera en el código más íntimo, /las recónditas claves que nos trazan /en cuerpo y armonía: /en nuestros cromosomas portamos el lenguaje /de todos los oficios”.

Lourdes Rensoli Laliga. Códigos y cadenas. A Ludwig Wittgenstein, el poeta.)

0 comentarios